Cualquier tiempo pasado fue mejor. Esa es la frase que han debido pensar los aficionados blaugranas al término del partido, al menos si nos atenemos a los últimos años. O el Barcelona ha perdido potencial o los rivales le han perdido el miedo. O quizás las dos cosas. El Bayern se encargó durante toda la noche de demostrarlo, sin temor alguno. Desde el inicio, sin vacilar. Los teutones querían dejar la eliminatoria sentenciada en Alemania.
El infierno de Busquets
Dos jugadas
sucedidas en los primeros cinco minutos sirvieron de prolegómeno para lo que
veríamos a lo largo del partido. La primera, un mano a mano de Robben que bien
podría haber supuesto el primer gol de haber visto a su compañero Gómez,
totalmente solo en el otro lado. La segunda, un balón teóricamente fácil
perdido por Busquets. Esta última pudo pasar desapercibida, pero era el primer
síntoma de que sería una noche muy larga para el de Badía. La superioridad del
Bayern en el centro del campo era manifiesta, con Javi Martínez y Schweinstiger
presionando como jabatos y un Muller disfrazado de mediapunta que aparecía por
todos lados. Mediapunta en la transición ofensiva, tercer mediocentro en la
defensiva. 4-2-3-1 atacando, 4-5-1 defendiendo. El plan de Heynckes era claro:
trazar una tela de araña en el medio, torpedear la sala de máquinas blaugrana y
atacar en tromba en cuanto la pelota estuviera recuperada. Un plan al que había
que añadirle un extra: las jugadas a balón parado. Y en una de ellas, Thomas Muller
hizo a rugir a toda Munich.
Messi y el control engañoso
Tras el gol,
el guión continuó siendo el mismo. Un Barça dueño de la pelota, un Bayern dueño
del partido. Nunca una posesión fue tan ilusoria. La lentitud del equipo de
Vilanova solo era cuestionada por los desmarques de Pedro a la espalda de
Alaba. En uno de ellos, un balón del canario a punto estuvo de remacharlo
Messi... Un simple espejismo. Tanto la ocasión errada como Messi. El argentino
jugó mermado, sin alma, al más puro estilo Cid Campeador. Frente al PSG sirvió,
contra el Bayern no. Su participación en el juego fue tan desoladora como el
panorama en el que estaba inmerso el Barcelona. Cada balón aéreo era un
infierno, Javi Martínez empezaba a justificar los 40 millones pagados por él, Ribery
martirizaba a Florentino con cada recorte que nunca hará Kaká... Y así, se
llegó al final de la primera parte. No sabemos lo que le diría Vilanova a sus
hombres en el descanso. En todo caso, Mario Gómez se encargó nada más comenzar
la segunda mitad de mostrarle a Tito que su charla no había tenido éxito. Otro
corner, otro gol. La eliminatoria cuesta arriba y momento de tomar decisiones.
Decisiones que nunca llegarían.
Sin soluciones
El Bayern
asediaba mientras el Barça se mostraba perplejo. No se recuerda desde la llegada
de Guardiola un baño de magnitud semejante. Busquets en el papel de bombero,
intentando apagar los múltiples incendios que provocaba el séptimo de
caballería bábaro en cada uno de sus ataques. Xavi e Iniesta, sus dos
acompañantes en el centro del campo, se convirtieron en meros espectadores.
Demasiados alejados ambos de la zona de creación, provocado en parte por el
fenomenal trabajo de Ribery y Robben en las bandas alemanas. Precisamente, en
una jugada iniciada por el primero y finalizada por el segundo, marcó el
tercero el Bayern. Minuto 72, 3-0 y el Barça seguía sin capacidad de reacción.
En el banquillo, Villa calentaba mientras Alexis se perdía en un mar de piernas
bábaras. Se veía más cerca el cuarto del Bayern que el primero del Barcelona. Y
efectivamente, así fue. Muller volvió a hacer bramar a toda Munich y enmudeció
a todos los culés, que buscarán el milagro en el Camp Nou. Sin embargo, un 2-0
no es un 4-0... Y sobretodo, el Milan no es el Bayern.